Psicópatas los toreros y psicópatas los aficionados taurinos
Rubén Alexis Hernández
Los
psicópatas son individuos que padecen determinada (s) enfermedad (es) mental
(es), y una de las conductas más
características de muchos de ellos, demostrada científicamente, es maltratar a
los animales o disfrutar viendo a otros torturar a nuestros hermanos menores.
De acuerdo a esta identificación, es evidente que tanto los toreros como los
aficionados taurinos son psicópatas del tipo que disfrutan con la violencia
hacia los animales. ¿O van a negar los protaurinos que las corridas son
violentas y sangrientas y que por tanto no sufre el toro?, ¿será que algún aficionado a esa basura de
espectáculo desearía meterse en el ruedo para probar que las banderillas, espadas
y otras armas blancas no hacen sino cosquillas? Es indudable, pues, que todo aquel
que disfrute con la violencia en general es un enfermo mental, y evidentemente
se incluye aquí a quien siente placer al torturar y matar a los toros, o simplemente a quien disfruta
viendo como otros maltratan a dichos animales.
Repulsión
y asco es lo que dan esos psicópatas con su gusto sádico por el maltrato y
matanza de animales indefensos, que lo que hacen en un ruedo es defenderse de
sus verdugos, y más bien buscan huir, acción imposible debido a que los
contienen las instalaciones cerradas. Afortunadamente la tauromaquia va en
decadencia en todas aquellas partes donde surgió como nefasto legado de la
colonización española; el número de aficionados ha disminuido notablemente, y ya
son pocos los lugares donde tiene cierta popularidad. Incluso en España, cuna
de la tauromaquia, son millones los que sienten asco por las sangrientas
corridas de toros, y evidentemente es cuestión de tiempo para que desaparezcan
no solo del país europeo sino del resto del mundo donde aún sobrevive el “arte”
en cuestión.
Entiendan
de una buena vez promotores y defensores de la carnicería taurina, que su
deprimente espectáculo no deja nada bueno a la sociedad. Es violencia pura en
un mundo que requiere con urgencia de algo de paz, y para colmo ha sido
subvencionado con fondos públicos en algunas partes, más necesarios para
solventar carencias económicas populares que para financiar la matanza lúdica
de nuestros hermanos menores.
A
continuación el extracto parcial de un importante e interesante escrito que
considera a la tauromaquia como una psicopatía. En el texto se hace referencia
específica a España:
“Definamos psicopatía:
Enfermedad
o trastorno mental, en especial el que se caracteriza por una alteración del
carácter o de la conducta social y no comporta ninguna anormalidad intelectual.
Hay
muchos psicópatas a nuestro alrededor aunque no lo sepamos, muchos de nuestros
líderes políticos son psicópatas (¡ay!) pero dejemos este tema para otra
entrada, solo quería dejaros claros algunos términos psicológicos (ya sabéis
que escribo para enseñar y qué mejor manera que explicar los términos
ambiguos).
Si
la psicopatía se caracteriza por una alteración de la conducta social, ¿por qué
la sociedad española acepta la tauromaquia? Ahí está la clave: la sociedad
española, no la sociedad. Hemos crecido y nos han enseñado desde pequeños que
para ser español tiene que gustarte la afición de los toros. “Es una
tradición”, “es nuestra seña de identidad”, “un verdadero español va a los
toros”, “es nuestra fiesta tradicional”. Se excusan en que la tradición y los
valores que enseña el matar al toro nos hace más españoles y por lo tanto
amamos más nuestra gran patria. Es una seña casi familiar, una unión social muy
fuerte en la que se puede torturar y matar a un animal sin sentir remordimiento
alguno porque es una tradición y no se puede cuestionar porque si lo haces no
eres un verdadero español. Es una manera de sentirse integrado en un grupo
social fuerte y ya sabemos que el ser humano es un animal (porque somos
animales por mucho que les pese a algunos) sociable que necesita sentirse
protegido pero sobre todo, aceptado.
En
Viajes por España, un libro bastante popular escrito por un autor holandés
anónimo a comienzos del siglo XVIII, puede leerse lo siguiente: “El deseo que
muestra esa nación de matar a los toros es increíble. Si por azar el pobre
animal pasa cerca de los tendidos, lo atraviesan con mil golpes de sus espadas,
y cuando lo derriban quieren apoderarse de su cola o sus partes vergonzosas,
que se llevan en sus pañuelos como señal de alguna victoria”.
Théofile
Gautier, un escritor francés del s. XIX, comentaba sorprendido: “La costumbre
lo es todo, y el aspecto sangriento de las corridas (lo que más impresiona a
los extranjeros) es el que menos preocupa a los españoles, atentos al mérito de
los lances y a la destreza desplegada por los toreros” (…)
Pero
sigamos con el psicoanálisis, ¿os sorprendería que os dijera que la afición
taurina, aparte tendencias psicóticas, también sufre de pulsiones inconscientes
sádicas, narcisistas y eróticas? La que vamos a liar.
La
afición a la tauromaquia es debida a que proporciona un marco único para el
desahogo y la proyección de pulsiones instintivas reprimidas. Claramente, su
atractivo central es el de la gratificación inconsciente de las pulsiones
sádicas. El dolor y la muerte del toro se dan por supuestos. En la mente de
toda la afición está el hecho de que pueden correr la misma suerte los caballos
y, por supuesto, los toreros, aunque un taurino jamás admitirá que va a la
plaza a ver morir al torero, ya que esa pulsión totalmente consciente le
aterrorizaría como ser humano. Un ser humano nunca puede desear conscientemente
y aceptar que quiera ver morir a otro ser humano. Y recalco, consciente, porque
inconscientemente por supuesto, ahí actúan el Ello (nuestros deseos más oscuros
y sádicos) que normalmente son reprimidos por el SuperYó (nuestra moral y ética
más estricta, digamos que es el cura rancio de nuestra mente pero muy
necesario). El aficionado experimenta dos deseos que chocan entre sí: que el
torero sea cogido pero que no sea de manera sangrienta, siendo este último el
deseo consciente. Estos deseos
contrapuestos satisfacen en el espectador dos instancias psíquicas diferentes:
el Ello de los instintos y el Superyó de la conciencia.
Los
aficionados no pueden aceptar que van a las corridas a ver torturar y matar a
un animal, como tampoco pueden aceptar que van a ver morir al torero. Se
excusan en que es una demostración de supervivencia: el animal contra el
hombre, el instinto primitivo contra la inteligencia racional superior del
hombre como especie; como se suele decir, David contra Goliat. De hecho, el
torero también sufre de esta ambivalencia: se dice a sí mismo, se justifica
ante sí mismo, en que es una lucha de iguales, que el toro va a matarle y él
tiene que defenderse, como si el toro hubiera elegido estar ahí. Se dice a sí
mismo que tiene que luchar para sobrevivir, ¿quién ganará en esta lucha de
especies? Es una batalla entre el mundo animal y el mundo humano, es en defensa
propia. Nadie se da cuenta de que el toro no está ahí porque él quiere matar al
torero, el toro está ahí porque le han puesto ahí.
Teniendo
esto en cuenta, que ese pensamiento colectivo de defensa propia, de primitivo
contra inteligencia, la afición taurina no va a los ruedos a presenciar una
caza, eso les enfada y les horroriza. El toro y el hombre están en igualdad de
condiciones (el toro con las astas, el hombre con la espada… y con los rejones,
y las lanzas, y los novilleros…). Más
aún repugnaría a los espectadores la idea de que habían acudido para presenciar
una cogida y estarían parcialmente en lo cierto, porque, desde luego, no es
ésta su única motivación. La mayor parte de los aficionados razonaría
sencillamente, y con razón, que la tauromaquia es una fiesta sin par en el
mundo, un espectáculo emocionante y hermoso en el que se demuestra la bizarría,
el arte y la inteligencia de un hombre ante una bestia brava. Aunque
comprensible, toda esta argumentación es adicional y no sustitutiva del sadismo
inherente a la tauromaquia. Cuando los asistentes a una corrida dicen que
padecen con el sufrimiento y se alarman si el diestro resulta herido por el
toro, no son conscientes de que estos sentimientos son reactivos a sus ocultos
deseos sádicos. Al público le agrada secretamente la idea de lamentar
tragedias, llorar a las víctimas y horrorizarse por los sucesos sangrientos.
Además, la excitación ante el peligro del prójimo es placentera”
https://todorectohastaelamanecer.wordpress.com/2015/10/04/de-tauromaquia-y-otras-psicopatias-psicoanalisis/
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